viernes, 20 de julio de 2012

nunca esperes nada

si alguna vez el sol está a punto de salir aparta la mirada nunca iba a salir si alguna vez una planta está por florecer córtala nunca iba a florecer si alguna vez una tierra se va a formar destrúyela nunca se iba a formar si alguna vez un animal está por nacer mata a la madre nunca iba a nacer

viernes, 13 de enero de 2012

Barrera

-¿Qué pasa?
-No lo sé.
-Es una barrera.
-Eso creo.
-¿Por qué está aquí?
-No lo sé.
-No te puedo tocar.
-¿La rompemos?
-No.
-¿Por qué?
-Puede ser peligroso.
-Arriesguémonos.
-No.
-Voy a intentarlo.
-No quiero que te hagas daño.
-No puedo tocarte.
-Te digo que no lo intentes.
-Está bien.
-¿No podemos tocarnos?
-No.
-Será mejor que me vaya.
-Espera.
-¿Qué?
-Quiero intentar romperla.
-No quiero arriesgarme. Adiós.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Pluma cae

Y la pluma sigue cayendo
No cesa su caída
Cae suave
Tranquila
Cae sin llegar a ver el vacío
Algún soplo de viento la eleva
Parece que asciende
Sigue cayendo cuando el leve soplido cesa
Y sigue cayendo
Y cae y cae y cae y cae
Y el viento vuelve
Y la eleva un poco
Y el viento cesa y vuelve a caer
Y se eleva
Y cae
Y se eleva
Y cae
Y se eleva
Y cae y cae y cae y cae
Cuándo empezó a caer
Y cuándo chocará contra el suelo
Cuándo caerá dulce y suave y definitivamente
Cuándo se reposará para no caer
Mientras tanto ella cae
Y se eleva
Y cae
Y se eleva
Y cae
Y cae y cae y cae y cae

jueves, 28 de abril de 2011

El recuerdo

El pasado nunca vuelve.
No vuelve aunque lo llames.
No volverá ningún segundo pasado.
Ningún minuto pasado.
Ni aquella sonrisa te volverá a hacer sufrir.
Ni aquella lágrima te volverá a hacer sonreír.
Habrá semejante, quién sabe.
Habrá idéntica, jamás.
Sólo habrá recuerdo.
Y por qué seguir
Y por qué avanzar.
Por qué si sólo habrá al final recuerdo.
Bendito recuerdo.
Condenado recuerdo.
No hay espacio.
No hay tiempo.
Sólo recuerdo.
No hay realidad.
No hay mundo.
Dónde están más que en el recuerdo.
Sólo el recuerdo te da la vida.
Sólo el recuerdo te da la muerte.
Qué será de nosotros cuando no quede el recuerdo.

lunes, 14 de febrero de 2011

La mujer de sus sueños

(1er PREMIO EMPATADO EN CONCURSO JÓVENES ESCRITORES DE TUENTI)

Cada día que despertaba y dejaba atrás el maravilloso sueño en el que su amada se aparecía cada noche era otra lágrima reprimida otro día más. ¿Por qué tenía que despertar? El sonido del despertador que cada mañana le abría los ojos le recordaba siempre el absurdo de su existencia sin esa mujer que todas las noches podía ver y tocar, casi más tangible que cualquier otra mujer de la realidad. Pero los sueños tenían su momento y lugar. Despertaba, sin sonreír nunca, desayunaba y hacía todo lo que tenía que hacer, marchaba al trabajo, y en el trabajo siempre era lo mismo, qué tal, bien, aunque fuese mentira, si alguna vez era más fuerte su frustración y preguntaban si le pasaba algo, siempre era no, nada, es que estoy cansado, volvía a casa, hacía lo que tenía que hacer, se acostaba y se dormía. Y por fin otra vez la podía ver. Siempre la encontraba entre una densa nube de neblina que se amainaba levemente cuando la veía y se acercaba a ella. Era siempre el mismo sueño, la misma repetición, pero nunca le importó. Siempre la encontraba, y cuando lo hacía, ella, pareciendo que también le buscaba a él, le sonreía denotando disimuladamente ilusión en sus bellos ojos verdes. Él le sonreía también. Se acercaban, con las miradas entrelazadas de una forma dulce, pero fuertemente agarradas. Cuando estaban lo suficientemente cerca, él apoyaba de forma suave sus manos entre los brazos y los hombros de esa desconocida que tan bien conocía de todas las noches. Como siempre, y mientras él la acariciaba moviendo apenas los dedos, ella le asía en un frágil abrazo por la cintura, a la vez que sus caras se acercaban hasta estar casi pegadas. Le gustaba permanecer unos instantes así para poder notar la calma respiración de ella cerca y su mirada más fija e inocente que nunca. Sin decir nada, acercaban sus bocas lentamente, disfrutando de esa sensación que sólo se experimenta en su esplendor cuando se ha esperado ansiosamente que algo llegue y ya está por llegar. Con una sonrisa apenas distinguida juntaban sus labios en aquel beso inigualable de todas las noches. Transcurría el sueño, y cuando estaba por despertar, y sin que tuviera que anunciar su marcha, ella le sonreía. Era entonces cuando él arrastraba el castaño pelo que le caía sobre la oreja detrás de la misma, y tras una breve caricia se besaban por última vez en la noche. Más de una vez llegó a despertarse justo antes de dar el beso que marcaba cada noche el final de su efímera felicidad, era entonces cuando la irritación por el desengaño aumentaba y se tornaba más tediosa la espera hasta la vuelta al sueño. Y otra vez todo volvía a ser lo mismo, desayunar, arreglarse, ir al trabajo, buenos días, sonreír, sentarse, trabajar, hasta mañana, sonreír, salir, ya sin sonreír, volver a casa, cenar, acostarse y dormirse. Y soñaba nuevamente.

Cuando ya finalizaba el sueño de aquella noche, ese sueño tan diurno, tanto que costaba creer que siguiera la luna en el oscuro cielo, ya se disponía a dar el beso de siempre cuando la mujer pronunció repentinamente “Espera”. Era la primera vez que oía su voz, la cual sintió en sus oídos cual una caricia. Le preguntó que por qué tenía que irse siempre, que por qué no podía quedarse. Le dijo que la vida dentro de aquel sueño era en apariencia maravillosa, pero que en soledad ningún valor tenía. No le veía sentido a esas horas de doliente soledad esperando a que volviese. Le pidió que esa vez no despertase y que simplemente permanecieran juntos sin pausas. Mas él no sabía qué decir. La esencia de su vida era ella, no podía ni iba a negarlo, pero era una locura. No podía abandonar el mundo de la realidad. Era absurdo. ¿Cómo se podía vivir sólo en sueños? Le dijo que era imposible. Le dijo que aquellos instantes con ella eran maravillosos, pero no podía vivir en el sueño eterno. Ella no lo entendía. ¿Por qué no podía ser feliz eternamente? ¿Qué había en el mundo material que pudiese anclarle a él? Bastaba con soñar y no despertar, era lo único que hacer para el eterno paraíso. Siguieron discutiendo largo rato, durante el cual él hablaba cada vez más cortadamente, pues interiormente tampoco él sabía realmente qué era lo que le ataba a la realidad, mientras que a ella se le humedecían los ojos, lo cual intensificaba la profundidad de sus pupilas verdes, por no comprender por qué no podía permanecer su amado ni por qué debía esperar su vuelta otro día más.

Él acabó por despertar. No dejaba de pensar en lo ocurrido. La noche posterior a la discusión no sabía bien si adentrarse en el sueño o no, pues temía que ella le guardase rencor por no haber querido quedarse con ella. Sin embargo, sus planteamientos resultaron ser inútiles, ya que cuando se decidió a comenzar a soñar, pese a la posibilidad de que ella se mostrase aún molesta y no quisiera verle, no la encontró por ningún sitio. Durante varios días interminables, cuando se marchaba a dormir, buscaba exasperadamente el lugar donde pudiera encontrarse su amada. Se desesperaba cada vez que se adentraba en el mundo onírico y no lograba descubrirla. Pasaban las noches y, con el intenso anhelo de volver mirarla a los ojos, besar su boca, se daba cuenta de que no podía soportar ya su vida sin ella, no le era posible imaginarse el seguir existiendo sin poder verla otra vez. Exploraba y exploraba una y otra vez entre la neblina, la misma que tantas veces había ocultado sus dos rostros fundiéndose en el contacto de sus labios, intentando encontrarla para decirle que se quedaría con ella, que en su ausencia había comprendido que si no había vida sin armonía entre realidad y sueño, menos la había solamente permaneciendo en la realidad. La buscaba y la buscaba y la volvía a buscar incesablemente, viéndola sólo imaginariamente cuando recordaba su cara, sus ojos, su pelo, su voz, esa voz que, habiéndola oído sólo una vez, había sido paradójicamente la causa de no haberla vuelto a oír.

Cansado ya de la búsqueda interminable, regresó al lugar donde siempre se veían, para recordarla aunque sólo fuera. Recordó la primera vez que la había soñado, la primera vez que su piel había entrado en contacto con la suya. Recordó lo irreal que le había parecido aquello, sin que le hubiera importado igualmente que así lo fuera. Recordó cómo había recordado aquella vez lo mucho que había imaginado anteriormente algo como aquello, todas las veces que imaginaba una mirada como aquella y todo lo que había sufrido por no encontrarlo. Todo lo recordaba, cada minúsculo detalle, cada pequeño e insignificante movimiento que ella hacía la primera vez que se vieron.

Transcurrido un rato intentó despertar, pues faltaba ya poco para que tuviera que hacerlo y no había ya motivo de permanecer allí. Intentó despertarse una y otra vez sin lograrlo, sintiendo por primera vez en sueños la frustración que despierto siempre sentía. Mientras intentaba abandonar el sueño, caminaba sin darse cuenta hasta que detuvo súbitamente tanto sus intentos de despertar como su avance en el instante en que la vio. Estaba en el lugar donde ellos dos siempre se sentaban, con un hombre abrazándola. Sin moverse, observó los ojos de ambos mirándose sin apartarse. Ni la mujer ni el otro hombre advirtieron su presencia inmóvil observándoles. Cuando los dos empezaban a aproximar los labios, apartó la mirada y despertó, esta vez sin esfuerzo. No notó el contraste emocional al despertar que antaño siempre sentía. Se levantó, se vistió, fue al trabajo, esta vez ni buenos días al entrar ni hasta mañana al salir, volvió a su casa y se acostó. Nunca más volvió a soñar.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Soñé (Sólo una utopía)

El otro día soñé
con que ella me besaba.
Era ello tan irreal
que vi que sólo soñaba.

Ver el sol

Sólo necesitaba la luz del sol.
Que amaneciera y que poco a poco el resplandor fuera inundando mis pupilas, adaptándose de la reciente oscuridad a un día glorioso y formidable.
Sentir la imponente pero suave luz del día acariciando mi cara, formando el calor una sonrisa, y penetrando en mi ensombrecido espíritu.
Que permaneciera hasta formar parte de mí, hasta el punto de, por haber creado costumbre, no reparar ya en su existencia.
Que mi piel fuese dejando lentamente de tiritar por el frío de la noche, y que lentamente el calor fuese templando mi cuerpo hasta lograr una cálida calma.
Algo tan natural, tan simple como ver amanecer el sol.
Como sentir amanecer el sol.
Contemplarlo saliendo con la sorpresa y la ilusión de la primera vez.
Y notar que junto con él yo también salgo de la nada y me incorporo a un mundo nuevo.
Sentirme yo sol.
Sentir con él que soy yo también quien da luz, quien da energía, quien da calor.
Que se cumpliera lo que todo el mundo anhela, lo que todo el mundo debiera sentir.
Sólo eso.
Sólo dejadme ver amanecer.
Sólo dejadme ver al fin la tan preciada y fulgurosa luz del día.
Si queréis, llevaos el resto.
Yo sólo necesito ver el sol.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Ella, vendedora de billetes de lotería

Ella, vendedora de billetes de lotería.
Repartía ilusión con cada cupón que vendía.
Compradores aguardaban consolidar un día
su esperanza, que, al ser otro el ganador, perderían.

Siento envidia

Siento envidia del ciego, que no podrá nunca admirarte.
Siento envidia del sordo, que no temblará al escucharte.
Siento envidia del mudo, sin esperanzas por hablarte.
Siento envidia de todo aquel que no podrá nunca amarte.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Tenía frío

Tenía frío.
Se estremecía.
Tiritaba.
Sólo buscaba algo de calor.
Su cuerpo desnudo se arrastraba sobre la nieve intentando hallar algo, cualquier cosa que confundiera su frío, aunque fuese sólo momentáneamente.
Logró ver en la lejanía la viva luz de una fulgurosa hoguera de leñas ardiendo.
Con su cuerpo tiritando se fue arrastrando hacia ella, vislumbrando por primera vez lo que podría ser su impulso vital.
Pero a medida que el resplandor de la madera en ascuas se iba aproximando a sus pupilas, en las mismas se descubría una silueta que apaciguaba su frío con el calor de ésta.
La figura que veía, viéndose ya cálida y satisfecha, apagó la gran llama echándole encima un cubo lleno de agua.
Y su piel temblante pudo sentir junto con el fuego la fría muerte del agua recorriendo su cuerpo.
Siguió sin un rumbo, sin ni siquiera un destino marcado.
Ya apenas distinguía su cuerpo de la nieve.
Agotado, decidió dejar de arrastrarse y amparar la suerte que le había tocado.
Pero fue entonces cuando pudo ver cerca de él una suave y cálida manta.
Intentó encontrar nuevamente las escasas fuerzas que había abandonado hacía un instante para acercarse a ella.
Cuando había logrado poder estar cerca de ella, ya casi sintiendo la esponjosa lana, y un instante antes de que fuera a levantar el brazo para extenderlo, una mano enguantada tomó la manta.
Sin haber reparado en su pálido y congelado cuerpo, se colocó la manta encima de otros tantos abrigos que ya llevaba puestos y se marchó.
Viendo cómo así se escapaba el último y más recóndito atisbo de ilusión, se quedó tirado encima de la nieve, sin fuerza ni para el llanto.
Podía sentir su sangre helada pasando con dificultad por sus venas.
Y sin que él lo quisiera, allí, en medio de la nieve y apenas visible, había una débil llama que apenas podía mantenerse viva.
Apenas una mísera y simple llama.
Pero aun así tuvo que intentar acercarse.
Estremeciéndose hasta el paroxismo por la congelación, logró llegar hasta ella.
Al fin, pudo extender sus manos sobre ellas.
Y cuando estaba por sentir finalmente el hielo de su cuerpo derritiéndose, comenzó a llover.
Y la llama se apagó.
Y el último hálito de esperanza que tenía se sofocó por algo tan natural y tan simple como es la lluvia.
Desde entonces no volvió a moverse.
Se quedó en el mismo lugar, esperando una muerte que nunca llegaba.
Y yo estaba allí observándole.
Y no pude compadecerme porque también yo tenía frío.

martes, 9 de noviembre de 2010

En qué poeta poder creer

¿En qué poeta poder creer
si todos hablan de lo perdido?
¿En quién confiar si para perder
lo primordial es haber tenido?

Inexplicable perseverancia

“¿Para qué?” podría preguntarme.
“Para nada” podría responderme
“¿Entonces?” podría preguntarme
“No sé” podría responderme
“¿Seguirás?” podría preguntarme
“Probablemente” podría responderme
“¿Sin cansarte?” podría preguntarme
“Ya estoy cansado” podría responderme
“¿Entonces por qué?” podría preguntarme
Pero no podría responderme.

martes, 26 de octubre de 2010

Cuando amar no era un problema

Tiempo añejo he recordado,
cuando amar no era un problema,
sin poder, lo cual me quema,
hoy volver a ser pasado.

Cuando el brillo de las velas
no se apagaba a distancia,
sin sufrir por la fragancia
de quien hoy mi alma encarcela.

Cuando el ver o no sus ojos,
sus colores, su alegría,
su resplandor no podía
manejar mi fe a su antojo.

Cuando su estar, que hoy me altera,
sumiso, sin serme fiel,
no escribía en un papel,
sintiendo lo que sintiera.

Cuando no era soledad
el no estar acompañado.
Cuando estaba ella a mi lado
sin, de hoy, mi infelicidad.

Cuando la luz no faltaba
en todo lo ajeno a ella.
Cuando no habían ni estrellas
ni nubes que las taparan.

Cuando escuchaba su boca
simplemente la escuchaba,
no caricias que hoy socavan
y a mí de mí me derrocan.

Cuando en noches no veía
su bello rostro en la almohada
mirándome, recostada
besándome, yo reía.

Yo reía, era feliz
cuando amar no era un problema,
sin poder, lo cual me quema,
borrar tan fatal desliz.

sábado, 16 de octubre de 2010

Un globo

Un globo.
Un simple globo.
Un insignificante globo desinflado.
Desinflado por pasar inadvertido al ser tan solo un globo.
Un globo permanentemente vacío.
Un globo al que si alguna vez llenaron de aire no se molestaron en ponerle un nudo.
Un globo que al no estar inflado no tiene fuerzas para buscar a alguien que le infle.
Un globo que no flota.
Que nunca flota.
Que ansía flotar.
Un globo que desea elevarse sobre los tejados más altos y que la gente admire sus bellos colores.
Los colores de un globo que jamás nadie miró.
Un globo.
Un simple globo.
Un simple e insignificante globo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Necesito

Necesito, necesito, necesito…

Necesito sentir una respiración en mi cuello.
Necesito dos labios en mi piel.
Necesito estar estrechado entre dos brazos.
Necesito dos ojos que me miren sin apartarse.
Necesito mirarlos yo también.
Y que por un momento el mundo se evapore.

Necesito, necesito, necesito…

Necesito la soledad acompañada.
Necesito no conocer el sufrimiento.
Necesito el sinsentido de la angustia.
Necesito oír te amo y responder.
Responder casi por obligación.
Pero necesito.

Necesito, necesito…

Necesito aunque se acabe.
Necesito no tener que vivir mirando.
Necesito que el pasado deje de ser futuro.
Necesito dejar de necesitar y tener.

Lo necesito

No quiero necesitar.
Pero necesito.
Necesito para vivir y estoy muerto.
Siempre he estado muerto.
Por eso necesito.

Necesito, necesito…

Resumen de mi vida

Del dolor supremo sufrido he pasado al sumo aburrimiento con apenas unas pinceladas de agonía.
Soy fruto del árbol de la costumbre.
Veo tan lejos lo que tanto he perseguido que me he sentado y he dejado el intento en el olvido.
Por aburrimiento y resignación.
Le encanta que corra detrás de él sin alcanzarle. Solo vive para que nunca le alcance.
Tal vez se acerca al ver que he dejado de correr.
Y si ni siquiera se resigna a acercarse, tampoco importa.
Aunque se acercase y yo recobrara fuerzas para seguir aguantando, no tendría sentido pensar que en algún momento fuera a atraparle.
No soy un insensible, es que he hecho tantos esfuerzos sin conseguir nada que ya no tengo ganas de tener voluntad ni esperanza.
Estoy tan harto que ya ni quiero hacer el esfuerzo mínimo de girar el picaporte, aburrido de encontrar tantas cerraduras con llave.
Y mirar. Solo mirar a lo ajeno y sonreír aunque sea por saber que no todos comparten mi suerte.
Pero siempre tiene que entrar en aumento la angustia.
Siempre tiene que haber un indicio minúsculo de que todos los versos escritos han sido tinta gastada y de que nada es tan terrible.
Y siempre darme cuenta poco a poco de que es la misma esperanza que la otra vez se había hecho pedazos.
Siempre poco a poco, lo peor viene despacio.
Siempre es un siempre.
Una repetición constante y monótona de una pseudo-vida.
Por eso es que he decidido sentarme y no hacer nada, esperando mi muerte.
Apagaré la televisión si vuelve a empezar la misma película que tanto he visto y de la cual me he acabado cansando.

Pero, ¿sabes qué?
¡Que todo esto es mentira! ¡Y lo sé!
¡Mañana volverá a nacer la esperanza y se repetirá todo de nuevo, estos pensamientos incluidos!
¿De qué me sirve ser cuerdo y aceptar la idea de que vivo, viviré y moriré completamente solo si esta misma se desvanece y reaparece luego con más rabia que antes?
¿Seguirá este proceso de aumento hasta explotar en la locura o moriré sin haber llegado a la completa cima suprema de la angustia?
¿Será esto así o es solo que sufro su ausencia ahora para que cuando encuentre lo que busco cobre un valor excepcional?
¿Y si es eso? ¿Y si es que esto acabará como tantas veces predije y podré volver a estar vivo?
¡Fuerzas superiores, si hay alguna! ¡Dejad de alargar esta larga espera y dadme ya una señal de futuro!

Y sin darme cuenta he vuelto a la estúpida esperanza.

Estancado

Cada vez que intento apartar aunque sea solo por un rato la melancolía de lo no ocurrido, cada vez que intento mirar hacia el lado contrario del rincón sin luz, cada vez que veo un atisbo mínimo, minúsculo de vida, algo que apenas nadie puede ver pero que para mí cobra una importancia suprema… Siempre hay algo diminuto que destruye mi principio de lo que podría ser felicidad.
Y siempre ocurre por casualidad. Casualmente, siempre ocurre algo por casualidad.
Pero lo que realmente me ha hecho volver a escribir el mismo discurso de siempre es la sorpresa que he obtenido al ver mi falta de sorpresa.
Parece que ni me había dado cuenta de que ahora vivo en un estado neutro, aunque yo mismo creyera fingir felicidad por momentos.
El no haber conocido la felicidad y mucho menos la felicidad plena y haberme dado cuenta tan a menudo de ello ha provocado que esta sensación no sea más que una triste rutina.
Tendré que resignarme a la alegría amarga de conocer solo de vista a la felicidad.

Quiero

Quiero no sentir. Quiero no querer. Quiero existir sin más. No quiero ser lo que ahora me doy cuenta que soy. Si dejara de serlo no lo echaría de menos. Quiero olvidar todo lo que sé. Olvidar todo lo que aprendí. Quiero olvidar incluso lo que no he vivido. Quiero vivir sin saber nada y no volver a sufrir.

Ironía sentimental

Tengo irónicamente claro que el futuro deseado está al caer y que es estúpido que dicho futuro llegue.
Miles, millones de pequeños gestos me indican su cercanía. Pero lo mismo llevo pensando desde hace años sin que nada llegue.
Prácticamente todas las noches me acuesto rindiéndome, con la idea de aceptar de una vez la vida insípida o casi que me ha tocado.
Pero despierto a la mañana sin siquiera recordar los pensamientos que había tenido hace apenas unas horas.
Creo que por el día nunca he mostrado mi lado deprimente y realista.
Supongo que es por haber acostumbrado al mundo de que existe un solo yo.
Y no tengo ganas de arruinarme la vida teniendo que lidiar con dos yos con el resto de la gente.
Me basta con aguantarme yo solo.

Felizmente triste

Estoy contento al saber al fin que mi tristeza será eterna.
Me alegro de haberlo sabido pronto. Si hubiera extendido la felicidad de lo que nunca llegaría, en el momento en el cual descubriera lo verdadero de mi tristeza oculta, esa misma tristeza sería aún mayor, inmensa por haber descubierto que había vivido una vida entera sin demasiado sentido.
Sin el sentido que mueve al resto de sentidos.
Me alegra haber descubierto temprano que al mecanismo de la vida le faltaba el engranaje mayor.
Ahora podré llevar una vida sabiendo el por qué de todo.
Y no me sentiré extrañado en absoluto, aunque ello forme parte de la tristeza.
Por fin podré llevar una vida sin vivir, pero sabiendo que no vivo.
No tendré que preguntarme de nuevo por qué funciona mal todo.
Era simplemente que el mecanismo madre faltaba.

Un mundo sin amor

Creo que un mundo sin la existencia del amor sería un mundo mucho más feliz.
Y podéis decir que el amor trae consigo un torrente de alegrías y una inmensa cantidad de buenos momentos, cosa que no dudo.
Pero en serio que preferiría haberme ahorrado todos los dolores y angustias que he sufrido por su culpa.
Las personas que lean esto podrán estar de acuerdo o en desacuerdo conmigo.
Aquellos que estén en desacuerdo serán aquellos que han conocido el amor en su lado luminoso. Y los que estén de acuerdo serán, probablemente, un reflejo de mí.
Serán los que como yo han visto más veces el amor en su lado oscuro y putrefacto, los que no hallan sentido en al amor y, en algunos casos, ni en la vida por tener definitivamente claro que cupido apunta siempre al lado contrario del lado en que estamos los que tal vez sepamos cómo es realmente el mundo.
Si no existiera el amor, ni cupido, ni nada de eso, el mundo sería feliz por igual, aunque sea mínimamente.
¿Y que sería de los afortunados de este mundo en mi mundo imaginario?
Simplemente sus vidas continuarían sin inmutarse.
Porque, ¿qué echarías de menos del amor? ¡Nada! ¡No podrías echar de menos algo que no hubiera existido! ¡Y nos limitaríamos a ser felices!
Nos dedicaríamos a vivir en la maravillosa inconciencia, siendo felices y sin saber absolutamente nada. ¿Pero quién quiere saber teniendo felicidad?
Y justamente la conciencia de todo lo que existe es lo que me ha amargado la vida.
Más bien la conciencia de la inconciencia ajena. Y de su feliz desconocimiento.
¿En serio no crees que un mundo sin amor sería maravilloso?
Sería fantástico no volver a conocer el sufrimiento.
Olvidarlo todo.
Ser otra persona en otro mundo.
En un mundo perfecto sin amor.

La esperanza

He de reconocer que era maravilloso mientras había esperanza.
Esperanza llena de estúpida felicidad.
Pero en el fondo de mí, otro yo, el yo consciente, el que normalmente soy, pero que en momentos de esperanza se torna invisible, intentaba hablarme.
Podría intentar engañarme y decir que no le oía.
Le oía perfectamente, pero la esperanza me hacía creer que simplemente él tenía otra visión del mundo, una visión errónea.
Momentos de esperanza en los que creo que toda visión pasada de mi ser estaba equivocada.
En los que creo inútilmente que todo ha dado la vuelta.
En los que disfruto de un futuro que no ha llegado ni llegará, pero que tengo la certeza de que vive. Y que solo hay que esperar.
Y llega el futuro distorsionado. Y no odio el futuro por haberme abandonado.
No puedo odiar algo que nunca existió, que nunca llegaría.
Lo que había llegado es un pensamiento que ni yo mismo sé cuándo, cómo y por qué apareció y que lo otorga la esperanza.
Y cuando la esperanza se va, sé que si vuelve no vacilaré en cerrarle la puerta antes de que me vacíe de nuevo.
Pero la esperanza vuelve, obviamente.
Y le vuelvo a dejar entrar, sin saber verdaderamente por qué, tal vez creyendo que ya tiene conciencia de lo que es justo y lo que no.
Y cuando se está yendo, a lo lejos se gira y me mira.
Y sonríe.
Y yo también sonrío al deducir la mentira de la esperanza.
Y no hace falta que mire dentro para saber que ya no está todo aquello que pude recuperar con tanto y tan odioso esfuerzo desde su última visita.
Pero siempre me vuelve a ver, y siempre le dejo entrar, y siempre se oye lejanamente la voz de la cordura diciéndome que es ella. Que es ella y volverá a marcharse.
Y siempre que la esperanza repite su ida, otra voz, otra cordura distinta me dice desde un lugar cercanamente recóndito que cuando vuelva se quedará. Seguro.
Y el ciclo se repite una y otra y otra vez, durante el cual se van pudriendo mi alma y mi sentido de la vida.
Lo más angustioso es no saber cuál de las dos es la verdadera cordura.
Tal vez ni ellas mismas lo sepan.