miércoles, 13 de octubre de 2010

La esperanza

He de reconocer que era maravilloso mientras había esperanza.
Esperanza llena de estúpida felicidad.
Pero en el fondo de mí, otro yo, el yo consciente, el que normalmente soy, pero que en momentos de esperanza se torna invisible, intentaba hablarme.
Podría intentar engañarme y decir que no le oía.
Le oía perfectamente, pero la esperanza me hacía creer que simplemente él tenía otra visión del mundo, una visión errónea.
Momentos de esperanza en los que creo que toda visión pasada de mi ser estaba equivocada.
En los que creo inútilmente que todo ha dado la vuelta.
En los que disfruto de un futuro que no ha llegado ni llegará, pero que tengo la certeza de que vive. Y que solo hay que esperar.
Y llega el futuro distorsionado. Y no odio el futuro por haberme abandonado.
No puedo odiar algo que nunca existió, que nunca llegaría.
Lo que había llegado es un pensamiento que ni yo mismo sé cuándo, cómo y por qué apareció y que lo otorga la esperanza.
Y cuando la esperanza se va, sé que si vuelve no vacilaré en cerrarle la puerta antes de que me vacíe de nuevo.
Pero la esperanza vuelve, obviamente.
Y le vuelvo a dejar entrar, sin saber verdaderamente por qué, tal vez creyendo que ya tiene conciencia de lo que es justo y lo que no.
Y cuando se está yendo, a lo lejos se gira y me mira.
Y sonríe.
Y yo también sonrío al deducir la mentira de la esperanza.
Y no hace falta que mire dentro para saber que ya no está todo aquello que pude recuperar con tanto y tan odioso esfuerzo desde su última visita.
Pero siempre me vuelve a ver, y siempre le dejo entrar, y siempre se oye lejanamente la voz de la cordura diciéndome que es ella. Que es ella y volverá a marcharse.
Y siempre que la esperanza repite su ida, otra voz, otra cordura distinta me dice desde un lugar cercanamente recóndito que cuando vuelva se quedará. Seguro.
Y el ciclo se repite una y otra y otra vez, durante el cual se van pudriendo mi alma y mi sentido de la vida.
Lo más angustioso es no saber cuál de las dos es la verdadera cordura.
Tal vez ni ellas mismas lo sepan.

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