lunes, 14 de febrero de 2011

La mujer de sus sueños

(1er PREMIO EMPATADO EN CONCURSO JÓVENES ESCRITORES DE TUENTI)

Cada día que despertaba y dejaba atrás el maravilloso sueño en el que su amada se aparecía cada noche era otra lágrima reprimida otro día más. ¿Por qué tenía que despertar? El sonido del despertador que cada mañana le abría los ojos le recordaba siempre el absurdo de su existencia sin esa mujer que todas las noches podía ver y tocar, casi más tangible que cualquier otra mujer de la realidad. Pero los sueños tenían su momento y lugar. Despertaba, sin sonreír nunca, desayunaba y hacía todo lo que tenía que hacer, marchaba al trabajo, y en el trabajo siempre era lo mismo, qué tal, bien, aunque fuese mentira, si alguna vez era más fuerte su frustración y preguntaban si le pasaba algo, siempre era no, nada, es que estoy cansado, volvía a casa, hacía lo que tenía que hacer, se acostaba y se dormía. Y por fin otra vez la podía ver. Siempre la encontraba entre una densa nube de neblina que se amainaba levemente cuando la veía y se acercaba a ella. Era siempre el mismo sueño, la misma repetición, pero nunca le importó. Siempre la encontraba, y cuando lo hacía, ella, pareciendo que también le buscaba a él, le sonreía denotando disimuladamente ilusión en sus bellos ojos verdes. Él le sonreía también. Se acercaban, con las miradas entrelazadas de una forma dulce, pero fuertemente agarradas. Cuando estaban lo suficientemente cerca, él apoyaba de forma suave sus manos entre los brazos y los hombros de esa desconocida que tan bien conocía de todas las noches. Como siempre, y mientras él la acariciaba moviendo apenas los dedos, ella le asía en un frágil abrazo por la cintura, a la vez que sus caras se acercaban hasta estar casi pegadas. Le gustaba permanecer unos instantes así para poder notar la calma respiración de ella cerca y su mirada más fija e inocente que nunca. Sin decir nada, acercaban sus bocas lentamente, disfrutando de esa sensación que sólo se experimenta en su esplendor cuando se ha esperado ansiosamente que algo llegue y ya está por llegar. Con una sonrisa apenas distinguida juntaban sus labios en aquel beso inigualable de todas las noches. Transcurría el sueño, y cuando estaba por despertar, y sin que tuviera que anunciar su marcha, ella le sonreía. Era entonces cuando él arrastraba el castaño pelo que le caía sobre la oreja detrás de la misma, y tras una breve caricia se besaban por última vez en la noche. Más de una vez llegó a despertarse justo antes de dar el beso que marcaba cada noche el final de su efímera felicidad, era entonces cuando la irritación por el desengaño aumentaba y se tornaba más tediosa la espera hasta la vuelta al sueño. Y otra vez todo volvía a ser lo mismo, desayunar, arreglarse, ir al trabajo, buenos días, sonreír, sentarse, trabajar, hasta mañana, sonreír, salir, ya sin sonreír, volver a casa, cenar, acostarse y dormirse. Y soñaba nuevamente.

Cuando ya finalizaba el sueño de aquella noche, ese sueño tan diurno, tanto que costaba creer que siguiera la luna en el oscuro cielo, ya se disponía a dar el beso de siempre cuando la mujer pronunció repentinamente “Espera”. Era la primera vez que oía su voz, la cual sintió en sus oídos cual una caricia. Le preguntó que por qué tenía que irse siempre, que por qué no podía quedarse. Le dijo que la vida dentro de aquel sueño era en apariencia maravillosa, pero que en soledad ningún valor tenía. No le veía sentido a esas horas de doliente soledad esperando a que volviese. Le pidió que esa vez no despertase y que simplemente permanecieran juntos sin pausas. Mas él no sabía qué decir. La esencia de su vida era ella, no podía ni iba a negarlo, pero era una locura. No podía abandonar el mundo de la realidad. Era absurdo. ¿Cómo se podía vivir sólo en sueños? Le dijo que era imposible. Le dijo que aquellos instantes con ella eran maravillosos, pero no podía vivir en el sueño eterno. Ella no lo entendía. ¿Por qué no podía ser feliz eternamente? ¿Qué había en el mundo material que pudiese anclarle a él? Bastaba con soñar y no despertar, era lo único que hacer para el eterno paraíso. Siguieron discutiendo largo rato, durante el cual él hablaba cada vez más cortadamente, pues interiormente tampoco él sabía realmente qué era lo que le ataba a la realidad, mientras que a ella se le humedecían los ojos, lo cual intensificaba la profundidad de sus pupilas verdes, por no comprender por qué no podía permanecer su amado ni por qué debía esperar su vuelta otro día más.

Él acabó por despertar. No dejaba de pensar en lo ocurrido. La noche posterior a la discusión no sabía bien si adentrarse en el sueño o no, pues temía que ella le guardase rencor por no haber querido quedarse con ella. Sin embargo, sus planteamientos resultaron ser inútiles, ya que cuando se decidió a comenzar a soñar, pese a la posibilidad de que ella se mostrase aún molesta y no quisiera verle, no la encontró por ningún sitio. Durante varios días interminables, cuando se marchaba a dormir, buscaba exasperadamente el lugar donde pudiera encontrarse su amada. Se desesperaba cada vez que se adentraba en el mundo onírico y no lograba descubrirla. Pasaban las noches y, con el intenso anhelo de volver mirarla a los ojos, besar su boca, se daba cuenta de que no podía soportar ya su vida sin ella, no le era posible imaginarse el seguir existiendo sin poder verla otra vez. Exploraba y exploraba una y otra vez entre la neblina, la misma que tantas veces había ocultado sus dos rostros fundiéndose en el contacto de sus labios, intentando encontrarla para decirle que se quedaría con ella, que en su ausencia había comprendido que si no había vida sin armonía entre realidad y sueño, menos la había solamente permaneciendo en la realidad. La buscaba y la buscaba y la volvía a buscar incesablemente, viéndola sólo imaginariamente cuando recordaba su cara, sus ojos, su pelo, su voz, esa voz que, habiéndola oído sólo una vez, había sido paradójicamente la causa de no haberla vuelto a oír.

Cansado ya de la búsqueda interminable, regresó al lugar donde siempre se veían, para recordarla aunque sólo fuera. Recordó la primera vez que la había soñado, la primera vez que su piel había entrado en contacto con la suya. Recordó lo irreal que le había parecido aquello, sin que le hubiera importado igualmente que así lo fuera. Recordó cómo había recordado aquella vez lo mucho que había imaginado anteriormente algo como aquello, todas las veces que imaginaba una mirada como aquella y todo lo que había sufrido por no encontrarlo. Todo lo recordaba, cada minúsculo detalle, cada pequeño e insignificante movimiento que ella hacía la primera vez que se vieron.

Transcurrido un rato intentó despertar, pues faltaba ya poco para que tuviera que hacerlo y no había ya motivo de permanecer allí. Intentó despertarse una y otra vez sin lograrlo, sintiendo por primera vez en sueños la frustración que despierto siempre sentía. Mientras intentaba abandonar el sueño, caminaba sin darse cuenta hasta que detuvo súbitamente tanto sus intentos de despertar como su avance en el instante en que la vio. Estaba en el lugar donde ellos dos siempre se sentaban, con un hombre abrazándola. Sin moverse, observó los ojos de ambos mirándose sin apartarse. Ni la mujer ni el otro hombre advirtieron su presencia inmóvil observándoles. Cuando los dos empezaban a aproximar los labios, apartó la mirada y despertó, esta vez sin esfuerzo. No notó el contraste emocional al despertar que antaño siempre sentía. Se levantó, se vistió, fue al trabajo, esta vez ni buenos días al entrar ni hasta mañana al salir, volvió a su casa y se acostó. Nunca más volvió a soñar.

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