domingo, 28 de noviembre de 2010

Tenía frío

Tenía frío.
Se estremecía.
Tiritaba.
Sólo buscaba algo de calor.
Su cuerpo desnudo se arrastraba sobre la nieve intentando hallar algo, cualquier cosa que confundiera su frío, aunque fuese sólo momentáneamente.
Logró ver en la lejanía la viva luz de una fulgurosa hoguera de leñas ardiendo.
Con su cuerpo tiritando se fue arrastrando hacia ella, vislumbrando por primera vez lo que podría ser su impulso vital.
Pero a medida que el resplandor de la madera en ascuas se iba aproximando a sus pupilas, en las mismas se descubría una silueta que apaciguaba su frío con el calor de ésta.
La figura que veía, viéndose ya cálida y satisfecha, apagó la gran llama echándole encima un cubo lleno de agua.
Y su piel temblante pudo sentir junto con el fuego la fría muerte del agua recorriendo su cuerpo.
Siguió sin un rumbo, sin ni siquiera un destino marcado.
Ya apenas distinguía su cuerpo de la nieve.
Agotado, decidió dejar de arrastrarse y amparar la suerte que le había tocado.
Pero fue entonces cuando pudo ver cerca de él una suave y cálida manta.
Intentó encontrar nuevamente las escasas fuerzas que había abandonado hacía un instante para acercarse a ella.
Cuando había logrado poder estar cerca de ella, ya casi sintiendo la esponjosa lana, y un instante antes de que fuera a levantar el brazo para extenderlo, una mano enguantada tomó la manta.
Sin haber reparado en su pálido y congelado cuerpo, se colocó la manta encima de otros tantos abrigos que ya llevaba puestos y se marchó.
Viendo cómo así se escapaba el último y más recóndito atisbo de ilusión, se quedó tirado encima de la nieve, sin fuerza ni para el llanto.
Podía sentir su sangre helada pasando con dificultad por sus venas.
Y sin que él lo quisiera, allí, en medio de la nieve y apenas visible, había una débil llama que apenas podía mantenerse viva.
Apenas una mísera y simple llama.
Pero aun así tuvo que intentar acercarse.
Estremeciéndose hasta el paroxismo por la congelación, logró llegar hasta ella.
Al fin, pudo extender sus manos sobre ellas.
Y cuando estaba por sentir finalmente el hielo de su cuerpo derritiéndose, comenzó a llover.
Y la llama se apagó.
Y el último hálito de esperanza que tenía se sofocó por algo tan natural y tan simple como es la lluvia.
Desde entonces no volvió a moverse.
Se quedó en el mismo lugar, esperando una muerte que nunca llegaba.
Y yo estaba allí observándole.
Y no pude compadecerme porque también yo tenía frío.

martes, 9 de noviembre de 2010

En qué poeta poder creer

¿En qué poeta poder creer
si todos hablan de lo perdido?
¿En quién confiar si para perder
lo primordial es haber tenido?

Inexplicable perseverancia

“¿Para qué?” podría preguntarme.
“Para nada” podría responderme
“¿Entonces?” podría preguntarme
“No sé” podría responderme
“¿Seguirás?” podría preguntarme
“Probablemente” podría responderme
“¿Sin cansarte?” podría preguntarme
“Ya estoy cansado” podría responderme
“¿Entonces por qué?” podría preguntarme
Pero no podría responderme.